13 agosto 2007

Es la ignorancia un mal que puede llegar a matar

Hace muchos, muchos años, que se superó la creencia de que el sida era una enfermedad exclusiva de la comunidad homosexual en el mundo.

Los primeros informes parecían indicar que así era, y la prensa amarillista se dedicó a destacar “la enfermedad de los lilos”, “la pandemia rosa”, pero en muy poco tiempo se comprobó que el VIH era un virus que podía afectar a cualquier persona sin importar su orientación sexual.

Con poco más de 20 años de su presencia en el planeta, el sida ha cobrado víctimas en todos los países; la ignorancia y la doble moral han sido sus principales promotores. No se trata de buenos y malos, de blancos y negros, el sida es un problema de salud pública que se ha venido atendiendo en muchos países con estrategias de información y prevención que ha dado buenos resultados. Sin embargo, muchos países pobres han visto crecer en su población este padecimiento, no por la promiscuidad de sus habitantes, sino por el desconocimiento de la enfermedad, el uso correcto de medidas preventivas y la falta de presupuesto, entre otros motivos.


La realidad nacional

En México nos encontramos también con la ignorancia de algunos servidores públicos como el gobernador de Jalisco, Emilio González, quien en recientes declaraciones afirmó: “al Estado no le corresponde distribuir condones porque hacerlo equivaldría a entregar un six de cervezas y un vale para el motel, no tenemos por qué pagar la diversión de los jóvenes”.

El estado que él gobierna, según datos oficiales, cuenta con 9 mil 568 personas infectadas por el virus, entre los que se cuentan hombres, mujeres y niños.

En el país se estiman un total de 107 mil 625 casos, pero se calcula que cerca de 180 personas son portadoras del VIH, sin saberlo. Es una irresponsabilidad que el gobernador ignore esta realidad, y que además, basado en ella, pretenda diseñar su política de Estado que se traduce en no apoyar la distribución del único método que se ha comprobado puede ser efectivo para combatir la enfermedad, en los sectores que no interrumpen el ejercicio de su vida sexual.


Un gobernador, un secretario de Estado, el mismo presidente de la República, son funcionarios que tienen la obligación de atender y servir a la población. No son reyes, ni dictadores, ni jerarcas como se piensan, tienen que buscar el bienestar de la población en general.

Sus creencias personales, en este caso, su ignorancia y prejuicios, no deberían ser los determinantes de sus políticas públicas. Dentro de un año, México será la sede de la Conferencia Internacional de Sida que reunirá a más de 25 mil personas para hablar de la pandemia, y aquí, un gobernador hace su campaña contra el condón.


Como para fundamentar sus declaraciones, Emilio González dijo que su política de prevención se basaba “en lo señalado por los libros desde primaria”, a saber: “Para evitar el sida hay algunas actividades. Primero, quien no tiene una relación estable de pareja, el uso de preservativos; segundo, la abstinencia en quien no tiene una relación estable, y en quien la tiene, promover valores como la fidelidad; para quien no tiene una pareja el uso del condón es una alternativa”. Su gran conocimiento se basa en los libros de primaria, ¿podrá darse a la tarea de acercarse a las investigaciones más recientes?, ¿podrá superar su homofobia?


¡Ay Jalisco, no te rajes!

En lo que parece un “alarde de justicia”, el gobernador de Jalisco confirmó que “la repartición de condones sí se haría dentro de la comunidad homosexual, porque es allí donde esta focalizado el problema, por lo que sólo en ese sector se deberían repartir preservativos, como una obligación oficial complementada con campañas informativas”. ¿Cómo los van a identificar, irán preguntando por las calles de Jalisco cuál es la preferencia sexual de las personas para darles o no condones?, ¿o qué, tiene “ojo clínico” para identificarlos?, ¿piensan que los puntos de reunión se limitan a los bares gay?

En una nota del pasado jueves 6 de agosto firmada por Juan Carlos G. Partida y aparecida en el diario La Jornada, Emilio González afirma “debemos plantear cuestiones totalmente revolucionarias, que efectivamente van a generar mucho debate”. Su propuesta es la fidelidad y la abstinencia, que de revolucionarias no tienen nada, al contrario, son las líneas señaladas por los sectores más conservadores de la Iglesia católica, que por cierto, enfrenta una de sus más severas crisis con el caso del padre Aguilar y Norberto Rivera.


La salud de la población mexicana, no puede fundamentarse en criterios moralistas que mucho daño han hecho al país. Allí esta el caso de los sacerdotes pederastas que en teoría no tienen prácticas sexuales, pero que abusan de uno de los sectores más frágiles de nuestra sociedad. La propagación del sida, no es un asunto de promiscuidad como también lo aseveró Emilio González, ni se va a combatir con tener una pareja estable, la complejidad del fenómeno involucra a muchos factores entre los que podemos contar la deficiente educación sexual, de la que el gobernador es una prueba palpable.

Se anteponen al conocimiento científico los prejuicios y creencias personales, se da prioridad a la ignorancia que filtra las desinformaciones con las que les llenaron la mente desde sus primeros años.

Para gobernar un estado, un país, para crear sus políticas de salud sexual y reproductiva, se necesita empatía, tolerancia, conocimiento, sensibilidad y no juicios morales ni discriminación.


Hace unas semanas apareció el Diccionario Incompleto de Bioética editado por Taurus y avalado por la gran trayectoria profesional de Arnoldo Kraus y Ruy Pérez Tamayo. Allí se encuentra la palabra moral: “Es el conjunto de nuestros deberes, de las obligaciones y de las prohibiciones que nos imponemos a nosotros mismos, independientemente de cualquier sanción o recompensa. Para la moral, las costumbres se convierten en normas y suelen ser el marco que regula muchas de las conductas de la sociedad. La moral no admite cuestionamientos sino seguidores; debido a que se modifica con el tiempo, no se puede hablar de ‘la moral’, sino de varias morales.

De acuerdo con Nietzsche, la moral surge como una imposición de un grupo sobre otro. De ahí que el individuo, si desea acoplarse a las normas morales de sus sociedad, debe aceptar los valores existentes y no cuestionarlos (…) Hay quien asegura que el individuo moral no piensa sino obedece, a diferencia de la persona ética que gusta del cuestionamiento, de la deliberación y de la libre elección”.

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