25 marzo 2008

Que los niños no se enteren

Francisco Camps, el presidente de la Generalitat Valenciana, pasa por ser, ante ciertos sectores de la opinión pública, moderado o centrista. Se ha convertido, según la rumorología genovesa –que se encuentra en plena efervescencia desde la noche del 9 de marzo-, en uno de los favoritos de Mariano Rajoy, ahora que éste parece empeñado en acentuar su perfil menos agreste. Pero la imagen de Camps no se corresponde con la realidad de no pocas de sus actuaciones.

Baste con conectar la televisión pública, Canal Nou, que sólo es pública en teoría y está financiada con el dinero de todos los valencianos, para contemplar una programación y unos informativos, que se asemejan mucho al estilo Telemadrid de Esperanza Aguirre. No hay tantas diferencias -en cuanto a manipulación sistemática- entre ambas televisiones, lo que conviene subrayar estos días en los que la lideresa da la impresión de que haya caído en desgracia en favor precisamente de Camps.

 
El presidente valenciano, además, ha decidido omitir de la asignatura Educación para la Ciudadanía –a la que pone todas las trabas posibles, como hacen los presidentes autonómicos de la derecha, dispuestos a fomentar la insumisión- toda referencia al matrimonio entre homosexuales. El moderado Camps se comporta como un censor. Antepone sus creencias conservadoras y religiosas –es un católico con acento integrista- a sus deberes como político que desempeña un alto cargo en un Estado constitucionalmente no confesional.

 
¿Por qué tienen tanta animadversión los dirigentes del PP al matrimonio de gays y lesbianas? Porque en el fondo menosprecian en la práctica las libertades civiles y, por otra parte, porque su estrecha conexión con la cúpula de la Iglesia católica les lleva a cometer desmanes que vulneran la democracia, como el de la mencionada censura. Claro que hay que recordar que un caladero importante de votos populares se encuentra entre los católicos a marcha martillo y entre el mismísimo clero.

 
Como quiera que los agoreros conservadores se han vuelto a equivocar –pronosticaban que ese género de matrimonio rompería la familia, pues siempre entre sus obsesiones figura que se rompe algo, como España, por ejemplo-, se ve que los Camps y compañía han decidido ignorar la realidad.

 
Que los niños no se enteren. Cubramos con el manto de la censura aquello que puede ser pernicioso. Ese concejal del PP, de misa y comunión diaria -que se gastaba el dinero público en prostíbulos para homosexuales-, clamaba también contra el matrimonio entre homosexuales. Nadie del PP se ha disculpado todavía por el comportamiento -presuntamente delictivo en cuanto al dinero- de su colega de filas. La doble moral sigue vigente y bien arraigada en la derecha española.

 
La censura como método. En algo hemos mejorado. Antes, hace un par de siglos aún, funcionaba la Inquisición. Ahora, en Valencia –gracias al centrista Camps-, sólo la censura. Y el Canal Nou.

El Plural

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